domingo, 5 de junio de 2011

La hermandad maldita


... recuerdos, esencia del alma, tengo muchos de ellos... me pregunto si alguien se interesaría por ésta esencia; viene a mí uno más, uno muy lejano, más bien, lo recuerdo como una historia contada, sí, espero no perder ningún detalle de aquella gran batalla que dimos... o que las Diosas nos ofrecieron. Nos vimos formados en unas largas filas, cada uno enunciaba el sacro juramento con una dignidad imponente y muy clara para nuestros enemigos, ninguno de nosotros nos inclinaríamos ante nadie.

¡No! No deben de retirarse ninguno de los oponentes ni ninguno de nosotros ante ellos... primero muertos y condenados al Hades que ser unos malditos traidores como ellos. Nuestra confianza en nosotros como hermanos, nos hacía querer luchar aún más, junto a los grandes sabios éramos comparados con el aprendizaje, y aprendíamos a ser comparados, pero nuestro instinto nos hacía salvajes, y al mismo tiempo éramos domados... por nosotros mismos; creo que no tomábamos en cuenta que nadie de nuestra hermandad se vería privado de la destrucción.

Marchamos día y noche, pierdo la noción del tiempo al décimo día (o al menos ese día creía que era), desde el amanecer hasta la puesta de Sol suenan en mí esos anhelados momentos de mi niñez, tan pura, tan... inocente, si no hubiera caído entre el moho y el granizo, tal vez no estaría aquí... pero no me quejo, claro está; es entonces que empieza, ahora los tambores sonaban en el campo de batalla, nuestros ejércitos marchaban ante el ritmo creado; como una extraña coreografía de ninfas del bosque, demasiado extraño y grotesco, créanme, una danza mortal con olor hierro ensangrentado y un fatal sonido de confianza como música de fondo y es entonces que con ello, ellos mismos ya habían clavado su propio cuchillo... hehehe... tontos, huelo ya la sangre, condensada en una gran serie de filas color azur en campo de plata, y los traidores, esos herejes perros infieles, son mandados al infierno.

Todos los hombres guardan silencio y nuestras espadas goteaban sangre desde sus hojas, uno de nuestros hermanos de sangre había caído al suelo con su negro corazón hereje en el pecho aún, nadie emite lágrima alguna, pero muchas fluyen y caen en vano, había que luchar, ganar, costase lo que costase... hasta alcanzar la añorada gloria, hasta que las Diosas nos reconocieran como de su linaje y pudiéramos beber de la maldita sangre hasta los eternos amaneceres.

Sí, nosotros como hermanos, siempre vamos juntos hasta donde esté el rival, sin importar el alto costo de las vidas herejes e infieles de los enemigos; sin valor se reúnen, manchados de perros traidores, y siempre que pisan nuestros suelos los manchan también con muerte, pero aún con eterna muerte y condena de moho y granizo esas malditas lápidas nunca podrán descansar en éstas tierras, y las almas... jamás podrán estar en paz.
Mi esencia me lleva a contarles éstas anécdotas antes de que mi definitivo viaje termine, parte de mis sueños, recuerdos y cicatrices en el alma, ya he sido condenado a estar entre el moho y el granizo, aquel lugar del que muy pocas leyendas han salido, yo he salido de ahí, pero parte de la infidelidad de la que estoy manchado con sangre, no hace creerme una leyenda como dicen las escrituras de las Diosas, mi esencia me lleva a vagar entre sueños, ilusiones y recuerdos, mi esencia que es el alma, esa parte de mí manchada con inmundicia y escoria, pero también dispuesta a contarles éstas historias...

0 comentarios:

Publicar un comentario

Busqueda